sábado, 1 de enero de 2011

Pato al clavo

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) – Durante aquel pasaje de espanto que en Cuba identifican pintorescamente como “Período Especial”, algunas familias habaneras, desesperadas tal vez ante la contingencia de olvidar el sabor de la carne, tuvieron la iniciativa de criar patos en los retretes, único lugar disponible dentro del reducido espacio de sus hogares.
Para mantener a los patos inmovilizados, obligándolos a defecar siempre en el mismo sitio y a comer de lo poco que había sin revoloteos problemáticos, sus dueños los clavaban sobre un pedazo de madera por la zona membranosa de las patas.
Era una ocurrencia salvaje. Pero antes o después de que se nos revuelva el estómago con su simple evocación, conviene no olvidar que estuvo condicionada por otras salvajadas mayores, que al ser impuestas por el régimen, sistemática y porfiadamente, durante decenios, ha conducido a nuestra gente no sólo a incivilidades semejantes, sino a experimentar en carne propia (que por suerte no es comestible) un estatus muy parecido al de los patos clavados.
Convenido ya que los patos no pueden tener conciencia de sus propias desgracias, aceptemos por lo menos que no habrá de faltarles capacidad para el sufrimiento y la turbación. Entonces sería por ese ángulo donde encaja el símil.
Hoy los cubanos de a pie despiden el año 2010 para adentrarse en el aniversario 52 de lo que todavía llaman la revolución, justamente como patos clavados, entre la perplejidad y el desconsuelo que les ocasiona conocer detalles del “análisis” realizado por los diputados de la Asamblea Nacional, en torno al Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución.
Si no tuviera un significado tan serio y grave, y aun dramático, consideraríamos frívola la manera en que los medios nacionales de noticias, y hasta algunos extranjeros, tratan de inventar el optimismo con que el pueblo –dicen- está acogiendo esta mala nueva. Uno se pregunta cómo se las arreglan para no darse de narices contra la realidad, que está en las calles, a ojos vista, indicando la duda y el sobrecogimiento como reacciones ampliamente generalizadas.
La mayor novedad que parece traer este Proyecto de Lineamientos, con su convocatoria a la desempolvadura de los viejos planes quinquenales de la etapa soviética, y con el mismo lenguaje de toda la vida, mendaz, fatuo, retrógrado, es la confirmación de que nuestra gente alcanzó ya un grado tal de hartazgo que ni siquiera se resigna a esperar por los primeros resultados de su puesta en marcha para exteriorizar frustración: lo está rechazando en la víspera.
Podría deducirse que este escepticismo a priori obedece al medio siglo de proyectos fallidos, de asambleas populares para denunciar deficiencias que jamás se subsanan, y de discursos “a camisa quitada” (como el último del general Raúl Castro) para reconocer “críticamente” que antes no se pudo por descuidos y descoordinaciones e incompetencia burocrática, pero que a partir de ahora sí se va a poder.
También cabe suponer que tal reticencia es obra del callejón sin salida en que nos vemos, sin un medio y sin medios legales para conseguirlo, y de que ya no funciona la coartada de cargarle el muerto al bloqueo y a la crisis económica internacional.
Indudablemente son rezagos que deben estar gravitando sobre el ánimo popular, potenciados por la sustancia de aquel refrán: “No hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”. Sin embargo, me ilusiona creer que junto a toda esa mole de plomo, por debajo o por encima, o quizás por debajo y por encima al mismo tiempo, también hace lo suyo una nueva actitud de la gente, fruto de una conclusión, no consciente quizá, todavía no, o no como lo que verdaderamente es: la certidumbre de que el nervio de todos sus problemas radica en la falta de libertades para pensar, para obrar y, en fin, para vivir como seres civilizados.
Lo mucho que demoramos para llegar a esta certeza –común y cotidiana para tantas personas en el mundo- hallaría ahora compensación en el hecho de que no puedan volver a engañarnos, nunca más, nadie, y menos que nadie los caudillos y las dictaduras patrioteras que suelen darse silvestres en nuestras tierras. A la vuelta de todas las retrogradaciones, sólo nos queda ir hacia adelante.
Si así fuese –y hay indicios que lo sugieren- 2010 termina representando un punto de giro clave en la historia contemporánea de Cuba. El año en que al fin empezamos a dejar atrás el presente inerte que nos vendieron siempre como promesa de futuro.
Igualmente me ilusiona creer que en ese punto de giro estarían incidiendo, más de lo previsto por los enemigos y hasta por los partidarios de nuestra esperanza, los dos actos más trascendentales del movimiento de oposición pacífica en la Isla, ocurridos ambos en este año, presumo que no por casualidad.
Hablo de la muerte por huelga de hambre del preso político Orlando Zapata Tamayo y de los consecuentes 135 días en huelga de hambre y de sed con los que Guillermo Fariñas atrajo la atención de casi todo el planeta hacia el ignominioso panorama del presidio político en Cuba, y en general, hacia la causa opositora.
Estos sucesos han marcado juntos un antes y un después en materia de reconocimiento y de respeto internacionales ante la oposición interna al régimen. Y no sólo. También en cuanto a sus motivos y a la justeza que la guía.
Con su biografía de sencillo obrero negro y a través de su heroísmo espontáneo, sin más previsiones ni estrategias que un arranque de sublevación desesperada ante la injusticia, en el que por demás ponía en juego su única propiedad sobre la tierra, la vida, Orlando Zapata Tamayo deshizo de un tirón aquella patraña con la que el régimen estuvo mangando al mundo durante demasiado tiempo, haciéndole creer que nuestro movimiento interno de oposición no era sino una escuadra de mercenarios al servicio del gobierno estadounidense.
Guillermo Fariñas, por su parte, ha extendido una lección de altruismo sin tachas, llevando por delante su disposición a inmolarse antes de optar por la violencia como alternativa de lucha. Y esta vez no fue una acción improvisada, sino lúcida, paciente y valerosamente premeditada. Con una actitud tan ejemplar, afincada en su radicalismo político y en su sólida conciencia intelectual, logró situar contra las cuerdas al régimen, obligándolo, por vez primera en medio siglo, a proceder no según sus estratagemas manipuladoras, sino de acuerdo con las demandas de la disidencia, convertidas ya en reclamo universal.
Asimismo, el ejemplo de Fariñas impele a los enemigos de nuestra dictadura a un cambio radical en las tácticas para su enfrentamiento, incluso a un cambio de mentalidad. En el buen sentido del término, él consiguió más en 135 días que cuanto pudo conseguir, en varias décadas, el embargo económico de Estados Unidos, por no mencionar otras acciones igual de erradas y aun más torpes.
La disidencia cubana ha recibido a través de Fariñas más de una enseñanza renovadora.
Si alguna duda restaba en torno a la utilidad de descartar, como obsoleta y bárbara, la violencia que aplicaron tanto los revolucionarios de 1959 como muchos de los que se le opusieron más tarde, él le ha propinado el tiro de gracia, a través de una singular combinación de coraje personal con brillantez política.
Profundo ideólogo, además de un luchador con vocación heroica y un hombre de procedencia humilde, con los pies bien puestos sobre la tierra, Fariñas aboga por la postergación de las diferencias de intereses o de aspiraciones, y aun de criterios ideológicos, ante el imperativo de unir esfuerzos para enfrentar a la dictadura.
Todavía más, reniega del papel de los adalides en lo que debe ser nuestro inminente mañana. Proclama que aun alcanzada la democracia, para que el país ocupe plenamente su lugar en el mundo moderno, será preciso e impostergable que nuestros gobiernos y nuestra avanzada política en general estén conformados por personas con auténtica disposición como servidores del pueblo, por ciudadanos representativos a los que la población emplea y paga para que administren sus asuntos civiles, y no, en modo alguno, por líderes caudillistas y por salvadores mesiánicos de la patria, que se arroguen el derecho de virar la tortilla convirtiéndonos en sus servidores y hasta en sus rehenes.
Es curioso. Luego de vivir durante más de cincuenta años bajo la dictadura del proletariado (una trampa inventada por los explotadores de siempre para que los pobres les faciliten la jugada reprimiéndose a sí mismos), resulta que justo dos modestos representantes del proletariado han marcado un giro que, inevitablemente, nos está mostrando la luz al final del tenebroso túnel dictatorial.
En el mensaje que hace pocos días envió al Parlamento Europeo, al verse imposibilitado (por la prohibición del régimen) de viajar a Estrasburgo, Francia, para recoger el Premio Sajarov 2010 a la libertad de conciencia, Guillermo Fariñas relaciona cinco prioridades que hoy son de ineludible cumplimiento para  iniciar el avance de Cuba hacia la conquista de un estatus como nación civilizada.
Vale recordar (y valdrá tenerlas presente siempre) estas cinco prioridades, las que, de hecho, debieran ser ley tanto para el actual régimen como para los que les sucedan:
Primero: proseguir la liberación sin destierro de todos los presos políticos y de conciencia, además de comprometerse públicamente a jamás encarcelar a opositores políticos no violentos.
Segundo: suprimir de inmediato las golpizas violentas y amenazas a los opositores pacíficos dentro del país, realizadas por los militares y paramilitares adeptos al régimen.
Tercero: anunciar que serán estudiadas y eliminadas todas las leyes cubanas que entren en contradicción con la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Cuarto: otorgar en la práctica diaria las facilidades para que se creen partidos políticos opositores, medios de prensa no subordinados al sistema de “Socialismo de Estado”, sindicatos independientes y cualquier otro tipo de entidades sociales pacíficas.
Quinto: aceptar públicamente que todos los cubanos residentes en la diáspora tienen el derecho a participar en la vida cultural, económica, política y social de Cuba.
Desde luego que ni una sola de estas prioridades está recogida, o al menos insinuada, en el Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, por más que los voceros de la dictadura y sus cómplices internacionales se esfuercen por promocionarlo como una muestra de supuesta voluntad de cambio.
Tampoco podremos encontrar la menor alusión a esos cinco puntos (o aunque sea a uno solo de ellos) en los discursos o en los chapoteos populistas de nuestros presuntos perfeccionadores del socialismo. Y eso que el propio general Raúl Castro ha declarado: “O rectificamos o ya se acabó el tiempo de seguir bordeando el precipicio, nos hundimos y hundiremos el esfuerzo de generaciones enteras”.
Lo que sí está presente en el Proyecto de Lineamientos, desde la primera hasta la última frase, es el talante totalitario que les caracterizó siempre, la jerga de tutores providenciales del pueblo, el celo por cuidar que ni las más elementales pizcas de poder escapen de sus manos: desde lo que ellos denominan la concentración de propiedades hasta el íntimo propósito de cada individuo.
Es fácil prever entonces el menú que presidirá la mesa en la fiesta para la celebración de su 52 aniversario de dictadura y caudillismo demencial: pato al clavo.
Pues que les aproveche. Quizá sea su última cena, o quizás no. Pero muy seguro sí es que durante el año 2010 han perdido la última oportunidad de continuar estirando impunemente su sistema de poder arbitrario, ineficaz e incivilizado.

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