René Gómez Manzano
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) – Recientemente leí un trabajo de la laureada colega Yoani Sánchez sobre una fugaz coincidencia callejera que tuvo con el relegado ex vicepresidente Carlos Lage, reconocido en otros tiempos como tercer hombre del régimen y delfín del castrismo.
Yoani describe elocuentemente las características del “tronado”: su apuro, la gorra hundida, su soledad, y lo que ella denomina “el andar típico del defenestrado”, aunque, pensándolo bien, tal vez su única peculiaridad sea el hecho mismo de contemplar, caminando por la calle, como un simple mortal, a quien en sus tiempos de esplendor sólo veíamos desplazándose en veloces automóviles...
Disfruté lo indecible el párrafo en que la brillante bloguera, al evaluar la frase de Fidel Castro sobre la adicción de Lage y sus amigos a “las mieles del poder”, comenta sarcásticamente que más parece “la confesión de quien conoce bien la jalea real de un gobierno sin límites que la explicación del error cometido por otros”.
Escribo sobre el asunto porque el trabajo de Yoani me ha hecho cavilar sobre los efectos de esa limpia que costó los puestos a Lage, Pérez Roque y Fernando Remírez de Estenoz, secretario del Comité Central del partido único, y segundo en rango entre los purgados.
Este ajuste de cuentas presenta características sui generis. Contra lo que ha resultado usual en este último medio siglo, las imputaciones contra los caídos en desgracia no se han centrado en hipotéticos actos de corrupción. En esta oportunidad, a Carlos Valenciaga se le acusó de haber celebrado su cumpleaños; a los principales afectados se les atribuyó la realización de comentarios virulentos sobre Machado Ventura. Pero, ¿acaso es un pecado no sentir simpatías por el Vicepresidente Primero?
Coincido con Yoani en que, aunque él no lo crea, al doctor Lage le hicieron un favor. Como Zar de la Economía, le hubiera correspondido el primer lugar en el condenable proceso de expulsión de trabajadores, que afectará a más de un millón de compatriotas.
Barrunto que, con el estado calamitoso de los asuntos públicos, muchos comunistas verán en Lage, en Remírez de Estenoz y otros, una opción a considerar. Atrás quedaron los tiempos de Stalin, cuando una purga era sinónimo de encierro, exterminio y transformación en “no persona”. Desde los años cincuenta del pasado siglo, la liturgia comunista europea admitió que los “tronados” de ayer recuperaran sus investiduras e incluso pasasen al primer plano.
En Cuba, bajo el mayor de los Castro, eso era impensable. La ojeriza del Comandante constituía fundamento suficiente para la definitiva desaparición de la vida pública de cualquiera. Pero la historia nos enseña que en otros países del marxismo-leninismo ha habido resurrecciones inesperadas. ¿No fue ese el caso de Gomulka (Polonia) e Imre Nagy (Hungria) en 1956, y después el de Deng Xiaoping?
¿No se han violado abiertamente los estatutos del partido único que ordenan que el congreso se celebre cada cinco años? ¿No ofreció el Presidente que subsidiariamente se celebraría una conferencia nacional? ¿Por qué se ha ignorado lo dispuesto y lo prometido? ¿Tendrán algo que ver con esos incumplimientos los fantasmas de los purgados de ayer?
Carlos Lage se encuentra en el cenit de su ciclo vital; es considerado una persona honrada, cosa que no siempre pasa con sus homólogos. Goza de prestigio entre los militantes del partido único y aun entre la población, en la medida en que esto es posible para quien durante decenios defendió lo indefendible. Algo parecido puede decirse de Remírez de Estenoz, menos conocido. Veremos qué les depara el destino.
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