Reinaldo Cosano Alén, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, agosto (www.cubanet.org) – Treinta años después, como si se tratara de un documento clasificado, se descorre el velo sobre la patética carta del poeta Agustín Acosta (Matanzas, 12 de noviembre de 1866-Miami, 12 de marzo de 1979), al también poeta Nicolás Guillén. Pide Acosta a Guillén que interceda ante las autoridades, a cuyo círculo de poder pertenecía Nicolás, para que le concedan a él y a Consuelo, la esposa, el permiso de salida de Cuba. La carta, fechada en Matanzas, el 17 de mayo de 1971, se reproduce en el libro Agustín Acosta, aproximación a su vida y obra, de Mireya Cabrera Galán.
La dramática situación del matrimonio, desesperado porque llevaban de diez años sin ver a la hija y los nietos, nacidos en los Estados Unidos, llevó a Acosta a escribir la carta.
''Voy a cumplir 85 años y estoy enfermo (te escribo en la cama y mi mujer pasa a máquina estas palabras). Ignoro, naturalmente, el tiempo que me quede sobre la tierra. Mi vista está cada día peor y esto me tiene muy preocupado. Tal vez si el viaje se efectúa buscaré algún oculista que impida el avance de las alteraciones que casi siempre me prohíben leer y escribir. Yo con una artrosis en las rodillas que me impide caminar, ella con gripe. Solos los dos en cama y enfermos. No podemos salir a buscar medicinas y alimentos, y no tenemos a ninguna persona que nos ayude porque los parientes están lejos y los particulares, o no conocen nuestro estado o, egoístamente, quieren desconocerlo''.
Bien conocía el renovador de las letras en Cuba e Hispanoamérica, considerado un posmodernista, que el destierro de los cubanos va acompañado de confiscación, como ocurría en la época colonial. Con realismo y astucia ofrece el bocado de sus bienes. ''Es posible que a quien tiene en sus manos las complicadas operaciones de las salidas del país le interesa conocer que nosotros - mi mujer y yo - poseemos en el reparto Marazul, de la playa, una casa de dos plantas, completa y decorosamente amueblada; nuestra jubilación sumadas completan la cantidad de quinientos seis pesos mensuales; nunca hemos tenido automóvil; tengo, además, un pequeño solar escriturado cerca de Peñas Altas, a una cuadra de la carretera central. Esa es toda nuestra riqueza de la cual con resignada pena nos desprenderíamos si obtuviéramos nuestra salida''.
La Constitución de 1940 prohibía las confiscaciones. Solo en caso extremo de interés público mediante compensación. No se conoce respuesta de Guillén, pero evidentemente la gestión, aunque demorada, resultó.
Agustín y Consuelo partieron de Cuba para siempre el 12 de diciembre de 1972, al año y siete meses de la carta enviada a Guillén. Tuvo razón al referirse a ''las complicadas operaciones de salida del país''.
El Congreso otorgó a Agustín Acosta en 1955 el título de Poeta Nacional por su extensa producción literaria y postura cívica. El tirano Gerardo Machado lo encarceló y quiso fusilarlo por la carta pública retadora dirigida contra el mandatario.
Agustín Acosta tuvo mejor suerte que su amigo José Lezama Lima, otro portento de las letras en Cuba e Hispanoamérica. Lezama murió en la isla. No pudo reunirse con su queridísima hermana Eloísa en España. Nunca le dieron el permiso salida.
El autor del poema La Zafra (1926) de raigambre social, “poesía de ambiente, a la vez que de combate'', según Max Henríquez Ureña, jamás mostró el más mínimo rencor hacia Guillén cuando el nuevo régimen desconoció su título de Poeta Nacional, y lo concedió a Guillén. Acosta había tomado distancia del castrismo.
Mediaba una vieja amistad entre colegas. Ambos coincidían como jurados en importantes concursos nacionales. El autor de Motivos de son', Sóngoro Cosongo, se trasladó en 1952 al Ateneo de Matanzas para escuchar a Agustín Acosta declamar sus versos.
Los nuevos aires de libertad en los Estados Unidos avivan en Agustín las pocas fuerzas que le quedaban. Escribió y publicó, El Apóstol y su Isla (1975), y Trigo de Luna (1979). Su viuda publicó ' Lejanía, dedicado a ella.
Agustín Acosta es desconocido por las últimas generaciones de cubanos. Se impone el deber de rescatar al autor de La Zafra.
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