Luis Cino
LA HABANA, Cuba, octubre (www.cubanet.org) - Hace 20 años amé a una mujer que a su vez (¡vaya triangulito!) amaba a Che Guevara. He llegado a sospechar que lo que más le gustaba de mí era la barba que por entonces usaba. Lo curioso de su admiración es que la muchacha no simpatizaba para nada con el régimen. Poco después de soltarme como una papa caliente –creo que aún no me había quitado la barba, pero el amor se agota, quien lo duda- escapó cuando el Período Especial alcanzaba su mejor definición y se largó a Argentina con carta de invitación.
Me cuentan que en Buenos Aires montó una tienda de antigüedades, y que a pesar de haberse convertido en una señora burguesa, ha peregrinado varias veces a la estatua de bronce de Che en Rosario y cada 8 de octubre, como hacía en Cuba, viste de negro.
También tuve un amigo músico y fotógrafo, genéticamente anti-sistema, que detestaba el comunismo, pero creía que su versión cubana sería mejor si Che Guevara no se hubiera ido a morir a la guerrilla boliviana.
Nunca he podido entender a los admiradores del Che que no tienen absolutamente nada que ver con su ideario. Dan ganas de vomitar los turistas ideológicos, burgueses hastiados y frívolos, con añoranzas de su mocedad en los rebeldes años 60 y suficiente dinero para gastar, que pagan moneditas a famélicos guitarristas de la Habana Vieja para escucharlos conmovidos tocar el “Hasta siempre, Comandante”, de Carlos Puebla. De veras que me alegra cuando en la Plaza de Armas les cobran un ojo de la cara por ejemplares usados de la edición de 1968 del diario de Che en Bolivia, o Pasajes de la Guerra Revolucionaria, y viejos billetes de tres pesos con la firma (generalmente falsificada) con las tres letras del apodo del revolucionario argentino.
Por estos días que tanto se habla de cómo deben ser remodeladas las instituciones, cómo acabar con la corrupción y la mentalidad burocrática, de cuál debe ser el régimen de propiedad sobre los medios de producción, si estatista o socializante, hay atorrantes que con los ojos en blanco invocan a Che para buscar las claves del enigma: el socialismo a reinventar.
¿Qué les hará suponer que bajo la dirección de Ernesto Guevara hoy funcionarían con eficiencia el Banco Nacional de Cuba o aquel mastodóntico y calamitoso Ministerio de Industrias? ¿Qué hacer, Lenin, además de menear el engrudo? ¿Le echamos más agua o más gofio?
Ahora que los despidos masivos y las terapias de choque tomadas prestadas del capitalismo más salvaje se nos vienen encima con el disfraz de la actualización del modelo –chinchales y timbiriches a la vista-, son muchos los que crecieron repitiendo el lema ¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che! en los matutinos escolares que ahora se preguntan, con la misma hambre y los mismos zapatos rotos: ¿Y qué diría el Che de todo esto?
En realidad, Che Guevara, que no era economista, sino comunista, no llegó a concretar con claridad su pensamiento económico. Sólo dejó, en medio de su desmesurado y supra humano idealismo, un reguero de conceptos ambiguos y contradictorios difíciles de articular en un corpus de ideas coherentes, factibles de aplicar a la actual situación cubana.
De no haber muerto hace 43 años en La Higuera, Che Guevara hoy sería, en lugar del principal símbolo de la izquierda mundial, otro nada romántico anciano comandante histórico en el Politburó. El más culto e inteligente, pero también el más de línea dura. El menos dispuesto a las reformas. Nada del estilo Deng Xiao Ping y los gatos de cualquier color, por mucho partido único y ratones que cazaran. El modelo que fascinaba a Che era el del camarada Mao. Así que puede que ahora que no sirve de nada crear dos, tres, muchos Vietnam…con economía de mercado, para salvar al socialismo verde olivo, Che apostara por las comunas agrícolas y la revolución cultural.
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